Artículos sobre la Administración de Recursos Humanos

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En la administración de empresas, se denomina recursos humanos al trabajo que aporta el conjunto de los empleados o colaboradores de esa organización. Pero lo más frecuente es llamar así a la función que se ocupa de seleccionar, contratar, formar, emplear y retener a los colaboradores de la organización.

Estas tareas las puede desempeñar una persona o departamento en concreto (los profesionales en Recursos Humanos) junto a los directivos de la organización.

El objetivo básico que persigue la función de Recursos Humanos (RRHH) con estas tareas es alinear las políticas de RRHH con la estrategia de la organización, lo que permitirá implantar la estrategia a través de las personas.

Generalmente la función de Recursos Humanos está compuesta por áreas tales como Reclutamiento y Selección, Compensaciones y Benéficios, Formación y Desarrollo, y Operaciones. Dependiendo de la empresa o institución donde la función de Recursos Humanos opere, pueden existir otros grupos que desempeñen distintas responsabilidades que pueden tener que ver con aspectos tales como la administración de la nómina de los empleados, el manejo de las relaciones con sindicatos, etc. Para profundizar en la temática de Recursos humanos, te recomendamos visitar las secciones del sitio:

Espero que les sea de utilidad el sitio.
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Introducción

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El objetivo de los autores, no es otro, que realizar un profundo análisis de la función directiva en las organizaciones dedicadas a los servicios, desde una perspectiva en la que prima el estudio de las relaciones interpersonales entre el responsable de tal función y los integrantes de dicha organización, con los que se relaciona y a los que dirige.

Esta función tiene una importancia fundamental en el negocio, ya que se encarga de aspectos esenciales como la planificación estratégica, la organización del trabajo, la coordinación intra e interdepartamental para la consecución de los objetivos propuestos, así como se encarga de realizar el control de actuaciones a fin de detectar las posibles desviaciones sobre lo planificado y poner en marcha las medidas correctoras que se requieran.

Ahora bien, dentro de dicha función directiva se le otorga un especial énfasis a la comunicación interpersonal ya que esta es “el corazón de la función”, en la medida en que cualesquiera de las funciones de gestión que se realizan en toda organización, implican, necesariamente, la aparición de relaciones interpersonales entre los agentes que llevan a cabo las mismas.

Para proceder a realizar el análisis mencionado, los autores estructuran el mismo en cuatro partes diferenciadas:
  1. En la primera parte se presentan las características de las organizaciones de servicios presentado estrategias prácticas para el desarrollo de la función directiva.
  2. En la segunda, se trata principalmente de la naturaleza interpersonal de la función y la importancia de la comunicación, haciéndose un especial énfasis en la comunicación asertiva.
  3. En la parte tercera se exponen las habilidades básicas para dirigir equipos y organizaciones.
  4. Por último, se presentan estrategias de afrontamiento de diversos problemas que pueden aparecer (y de hecho aparecen) en el devenir de toda organización. Es pues esta parte, la conjunción de las anteriores y donde se nos mostrará cuales son las problemáticas que pueden surgir en la ejecución de lo presentado en aquellas.
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Las Organizaciones, Los Equipos y Su Dirección

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La organización

Para entender la naturaleza de la función directiva, se debe conocer de manera necesaria qué es una organización, cuales son los subsistemas o dimensiones que la componen, las interrelaciones existentes entre los mismos, los cambios que pueden sufrir a lo largo del tiempo y, por supuesto, cual es la naturaleza de la relación que mantiene la organización con el entorno en el que se mueve.

De éste modo, en una organización se puede identificar una dimensión técnica (relativa a los procedimientos, división y organización del trabajo, objetivos, etc.) y una dimensión sociocultural, en la que integran las creencias, valores, normas y por supuesto las relaciones interpersonales.

Ahora bien, estas dimensiones no son compartimentos estanco ni estáticos, sino que se relacionan entre sí configurando un sistema sociotécnico y, además, tienen un carácter dinámico ya que el devenir de la organización implica que para adaptarse al entorno, se tengan que provocar determinados cambios, sean estos pro o reactivos; cambios que pueden estar suscitados por el entorno interno o externo.

De esta forma, la función directiva aparece ligada a éstas dimensiones, a los cambios y a las relaciones con el entorno externo, ya que son los directores los que actúan como agentes necesarios que guían, controlan y promueven las acciones que son necesarias en cada momento, para garantizar el correcto funcionamiento y adaptación eficiente a las necesidades presentes y futuras. Pero ¿qué sustenta todas éstas acciones?. La respuesta no es otra que las habilidades de comunicación interpersonal, las cuales se configuran como inmanentes a la función de dirección ya que en todo momento, las relaciones se han de mantener con los miembros de la organización y con los individuos de la comunidad a la que ésta presta sus servicios o provee de recursos.

Las percepciones interpersonales

Al igual que cualquier otra habilidad, la comunicación interpersonal puede ser objeto de aprendizaje y desarrollo. Este aprendizaje y desarrollo, en la gran mayoría de los casos se hace necesario e inevitable si se quieren alcanzar los fines propuestos de forma eficiente.

Sin embargo, las percepciones interpersonales son complejas y se encuentran influidas por muchos condicionantes que pueden trastornar la realidad de las situaciones y, con ello, provocar distorsiones que nos aparten de nuestros objetivos, o bien crear conflictos con los restantes miembros de la organización. De este modo, nuestras percepciones se encuentran influidas, entre otras variables, por nuestras opiniones, expectativas, la selectividad y limitación que tenemos en las mismas, la tendencia a inferir el todo por la parte, dejándonos guiar únicamente por un aspecto marginal y formando nuestra opinión en base a él (efecto halo) o bien nuestros propios esquemas o modos de pensar, los cuales provocan una falta de flexibilidad en nuestro pensamiento, llevándonos por ello a guiar nuestras acciones en base a estereotipos.

Todos estos factores, unidos a que evidentemente los demás tienen sus propias formas de pensar y percibir, pueden provocar ( y de hecho provocan) la aparición de discrepancias y conflictos, que se ven agravados en situaciones de necesidad, urgencia o cambios imprevistos. Por ello, se hace necesario que primero aceptemos a los demás como interlocutores válidos, que pueden presentar ideas y que al igual que nosotros, tienen su manera de ver y analizar las situaciones y que con casi toda certeza, su modo de ver las mismas no es erróneo, sino que todo depende del prisma con el que se mira. Esto supone que si lo que queremos es resolver dichas discrepancias de la forma más satisfactoria para todos los implicados, debemos cooperar con los demás, analizar la información desde todas las perspectivas posibles, contrastar la misma, conocer los objetivos, intereses y necesidades de los implicados, transmitir impresiones positivas y no caer en ideas preconcebidas.

Una compleja red de canales y mensajes de comunicación

La función directiva juega un importante papel a la hora de conseguir un alto rendimiento de las comunicaciones, pero la comunicación organizativa es un asunto complejo. Las comunicaciones en el grupo no son aisladas sino que se producen en secuencias, lo cual provoca que el grado de efectividad de un acto comunicativo dependa del grado de acuerdo o desacuerdo con lo comunicado y de la influencia de los aspectos mencionados en el apartado anterior.

De otro lado, en cualquier organización, al igual que existe una dimensión técnica y una sociocultural, nos encontramos con una comunicación formal y una informal que responden a cada una de éstas dimensiones y, al igual que éstas, también interactúan.

La red formal, responde a las necesidades organizativas y ejecutivas y la informal responde a necesidades que no son proporcionadas en su satisfacción por la anterior: obtención de información que reduce la incertidumbre y ansiedad cuando no se puede acceder a ella por otros medios, aceptación, sentido de pertenencia, compartir valores y creencias, etc. Responde por tanto a las necesidades personales de los individuos.

Si bien la red formal implica una comunicación unidireccional de arriba hacia abajo (en consonancia con la jerarquía organizativa), también puede ser (y de hecho debe serlo) bidireccional. Por el contrario, la red informal es bidireccional por definición y además se da entre grupos en los que se integran miembros que ocupan puestos diferentes en la organización, teniendo la relación de estos grupos un carácter selectivo en la medida en que no todos participan por igual; puede haber miembros con relaciones más estrechas o incluso personas que se vean rechazadas, y otras, que por el contrario, actúan como líder del grupo encarnando los valores de éste, comunicándolos, filtrando la información que recibe antes de transmitirla y resolviendo los conflictos.

Como hemos señalado, ambas redes, la formal y la informal, interactuan entre sí, de modo que los flujos de información para la realización de una tarea, no siempre se canalizan por los cauces previstos en el organigrama, sino que se ven mediados y afectados por la existencia de estos grupos, pudiendo llegar a provocarse distorsiones, incertidumbres y conflictos entre los intereses de la organización y los de los particulares. La pregunta que surge, por tanto, es de qué forma se pueden conjugar ambas redes a fin de intentar que se cumplan los objetivos y expectativas de todos los agentes intervinientes. Es decir ¿de qué forma se deben manejar ambas redes para evitar conflictos, asegurar la transmisión fehaciente de la información, satisfacer los diferentes intereses, y, en definitiva, incrementar el rendimiento?.

Las medidas a adoptar incluyen actos como fomentar la comunicación bidireccional cuando sea necesaria ( a fin de asegurar que se entiende lo transmitido y recibir feedback), asegurar la transparencia de la información de los canales formales (evitándose la propagación de rumores por los informales a causa de la incertidumbre), perder los miedos a reconocer que no se sabe algo (pues las respuestas pueden estar en los otros), fomentar la participación de todo el personal implicado en el asunto de que se trate, transmitiendo información veraz a los lideres de los grupos para que actúen como difusores de la misma, crear un clima favorable para la configuración de redes informales (evitándose así las resistencias al cambio) y, en definitiva, tratar de optimizar el equilibrio entre ambas redes de forma que se aúnen los esfuerzos en aras a conseguir los objetivos organizacionales y la satisfacción y necesidades de los individuos.

Aprendemos de lo que vemos: El aprendizaje vicario

El mero hecho de incorporarse a un nuevo puesto de trabajo provoca, en la mayoría de las personas, un sentimiento de ansiedad e incertidumbre ¿Cómo comportarse? ¿qué es lo que se debe hacer?. El miedo a que las diferencias entre lo que se hace y lo que se espera de uno implica que tendamos a imitar lo que hacen los demás. Este aprendizaje es lo que Bandura denominó aprendizaje vicario o por imitación.

El problema que presenta esta conducta es si es funcional o disfuncional para la organización, dado que si bien dicho comportamiento puede reducir la ambigüedad y ansiedad de las incorporaciones, puede afectar a la eficacia y eficiencia en la ejecución de las tareas, afectar al clima laboral, etc. En todo caso, como es fácil comprender, la conducta no es funcional o disfuncional en sí, sino que por el contrario va a depender de las actuaciones, creencias y valores del modelo imitado y de las consecuencias que tengan las mismas. De este modo si las conductas imitadas son productivas, eficientes, fomentan creencias y valores adecuados, etc. en principio, dicho aprendizaje por imitación contribuirá al desarrollo de la organización. Por el contrario, si lo imitado se encuentra en el polo apuesto, aparecerán resistencias, interferencias y violaciones de las normas.

¿Por qué decimos que, en principio, la imitación de las conductas positivas es buena para la organización?. Simplemente porque las acciones no lo son todo, sino que dependen de las consecuencias de las mismas.. Esto supone que puedan ser imitados tanto los comportamientos positivos como los negativos: si las consecuencias son buenas para el individuo (cuando las acciones son positivas) o están exentas de consecuencias adversas (cuando son negativas), el comportamiento del modelo, será imitado. Por el contrario, si la acción es positiva y las consecuencias adversas o la acción es negativa y las consecuencias también lo son, la tendencia a la imitación será menor.

Con la finalidad de garantizar que el aprendizaje vicario cumpla de forma correcta una función de socialización, de influencia social y, en definitiva, de creación de una cultura positiva (aspecto que analizaremos en el apartado siguiente), el directivo deberá tener en cuenta que las personas clave e influyentes de la organización (ya sean de la estructura formal o de los grupos informales) pueden convertirse en modelos de comportamientos adecuados o inadecuados, que sus propias acciones y comportamientos influyen y actúan como ejemplo para los demás, que debe reconocer sus errores y que no lo sabe todo, procurará dar publicidad a los comportamientos funcionales asegurando su reconocimiento y estima (y lo contrario en los disfuncionales), así como tendrá que utilizar todos los recursos a su alcance para fomentar el aprendizaje de los restantes miembros de la organización, sirviéndose para ello de modelos competentes y accesibles.

La cultura de la organización

Las normas, creencias y valores compartidos en el seno de una organización configuran lo que entendemos por cultura organizacional o clima organizacional, y son las que conforman, orientan y dirigen el comportamiento de sus miembros y sus relaciones.

Pero como la cultura organizacional esta sustentada, en definitiva, por personas, no es de extrañar que existan matices importantes que deben ser destacados.

Se puede distinguir varios perfiles culturales que aparecen configurados por otros tantos sistemas de valores, y que se definen según se encuentren centrados en el grupo, en la promoción del desarrollo, en la jerarquía o en la racionalidad. Pero estos perfiles no aparecen en estado puro, sino que la cultura propia de una organización se configura por la combinación de los anteriores.

De otro lado, al igual que ocurría con los canales comunicativos, la cultura o clima, puede subdividirse en formal e informal, expresando la primera lo que se cree que deberían ser los valores, creencias y normas, mientras que lo que sucede y se plasma en la realidad, es lo que determina la segunda. En definitiva, la cultura configura el marco de referencia compartido desde el que se ve la organización y sus relaciones, lo correcto y lo incorrecto y por tanto lo que es funcional y lo que no lo es.

Como cualquiera de los otros aspectos que configuran una organización, la cultura no se presenta como algo inmanente, sino que se va configurando conforme al devenir del grupo, se aprende, sufre cambios en el tiempo o incluso se fragmenta en diferentes subculturas, afectando a todos los procesos y esquemas organizativos, por lo que se hace necesario que la función directiva esté orientada hacia la funcionalidad de la misma para que apoye las metas de la organización. Para ello, se debe ser consciente de cuales son y qué características tiene/n la/s cultura/s presentes en nuestra empresa, como se relacionan, cual es el estilo de liderazgo que se debe usar para conseguir nuestros propósitos, que resistencias o apoyos nos puede/n prestar, etc., ya que si desconocemos todas las variables que pueden afectar a nuestra gestión, podemos encontrarnos con resistencias al cambio, fallos en los procesos, errores en el diseño y adaptación de la estructura societaria, es decir, con problemáticas que se pueden configurar como insalvables y que interferirán en la consecución de los objetivos estratégicos planteados.

Por qué la gente hace las cosas: La motivación del personal

Aunque a simple vista, la mayoría de las personas identifiquen el hecho de trabajar con el percibir un salario, lo cierto es que todos tenemos diferentes necesidades que necesitan ser satisfechas.

Manslow, postulaba que las necesidades vitales de todas las personas se organizaban mediante una jerarquía de cinco niveles, de modo que una vez satisfecho el nivel anterior, se buscaba alcanzar el siguiente. Así, una vez satisfechas las necesidades puramente fisiológicas, procuramos satisfacer las concernientes a la seguridad y supervivencia, afecto y pertenencia social, estima y reconocimientos social, y, por ultimo, las relacionadas con la autorealización y desarrollo personal.

Por su parte, Herzberg, distinguía entre factores de mantenimiento (que mantienen un nivel de satisfacción razonable) y motivacionales (que como su nombre indican promueven la motivación y satisfacción).

Aunque estemos tratando con clasificaciones distintas, el modo en el que operan estas necesidades y factores es el mismo. Cuando se realiza un esfuerzo en pos de la consecución de un objetivo determinado, el nivel de recompensa o satisfacción alcanzado, puede provocar desaliento o frustración si no se alcanzan las expectativas de partida. Pero ¿cuáles son las expectativas de cada persona?. Evidentemente en función de con quién tratemos estas serán unas u otras. Para algunos, lo importante serán las consecuencias retributivas, para otros el reconocimiento a una labor bien hecha, también puede ser la satisfacción con la tarea en sí misma, etc. El problema como vemos no es sencillo. Es difícil satisfacer las expectativas de todos los implicados, ya que también puede ocurrir que ante el mismo trabajo, la recompensa consecuente satisfaga a una persona y no a otra, o por el contrario, al no tener la recompensa un carácter absoluto, suceda que trabajos diferentes reciban la misma recompensa, con el consiguiente descontento. Evidentemente, si el esfuerzo realizado no tiene recompensa alguna, es fácil que aparezcan frustraciones y desmotivación.

Otro problema añadido, es que además de existir canales de comunicación y culturas formales e informales, también existen sistemas de recompensa de ambos tipos que, como ya hemos visto, interrelacionan y puede crear conflictos entre sí. Lo aprobado por la estructura formal puede provocar desaprobación por la informal y viceversa. Del mismo modo, también aparecen conflictos de intereses entre lo perseguido por la organización y los grupos.

¿Qué es lo que debemos hacer para intentar satisfacer las necesidades de todos y fomentar la motivación de nuestro equipo?. La respuesta, al igual que nos ocurría en los puntos anteriores no es sencilla, sino que engloba diferentes aspectos. Entre otros, cabe destacar los siguientes.
  1. Los objetivos a alcanzar por el departamento o la empresa deben ser claros y conocidos por todos: si no se sabe lo que se debe conseguir, no se sabrá como actuar y mucho menos qué es lo que se debe buscar.
  2. Tenemos que asegurar que la consecución de los objetivos organizacionales o departamentales posibiliten la obtención de resultados valiosos para el individuo (sean del tipo que sean, como hemos visto más arriba).
  3. En tercer lugar, se debe hacer un seguimiento continuado del desempeño del personal, mostrando interés por sus problemas y expectativas, transmitiéndoles la importancia que tiene su trabajo y reconociendo sus esfuerzos.
  4. En cuarto lugar, debemos garantizar la existencia de los recursos y habilidades necesarias para alcanzar lo planteado, detectando deficiencias y tratando de aprender de los errores extrayendo las consecuencias positivas de los mismos.
  5. Por ultimo, y no menos importante, se deberá procurar que los comportamientos inapropiados no sean objeto de aprobación de ningún tipo, evitando el uso injustificado y desproporcionado de sanciones o similares y, tratando en todo caso, de que el comportamiento sancionado implique alternativas que sean funcionales para la organización y el individuo.
En definitiva, la meta de la función directiva, no es otra que conjugar en la medida de lo posible el conflicto de intereses entre la organización, los departamentos y los individuos, evitando las frustraciones e implicando a todos en un proyecto común de mejora y desarrollo. Para ello, como veremos a continuación, el trabajo en equipo se perfila como una herramienta fundamental para la consecución de los objetivos marcados.

El trabajo en equipo

En el estudio de la dinámica del trabajo en equipo dentro de las organizaciones, se vislumbra, en realidad, la aparición de todo lo que hemos tratado anteriormente. Así, es en el trabajo en equipo donde aparecen las relaciones interpersonales, la red de canales y mensajes de comunicación, la importancia del aprendizaje vicario, los valores y creencias que conforman la/s cultura/s y subcultura/s y qué es lo que motiva a los miembros del equipo. Pero también aparecen fenómenos nuevos, como el denominado por Janis, pensamiento grupal.

Este tipo de pensamiento aparece en mayor o menor medida si dentro del grupo de trabajo hay gran cohesión a la hora de tomar decisiones, el liderazgo no es imparcial o, entre otros factores más, el equipo no tiene muchas relaciones con el entorno. Esto provoca que los miembros busquen la conformidad de sus actuaciones con las del grupo, de modo que puedan aparecer presiones frente a las divergencias de pensamiento, sobrevaloración del grupo, sensación de invulnerabilidad y creencia de éxito por el mero hecho de alcanzar el consenso. Como resulta fácil de comprender, esta posición comporta riesgos enormes, ya que supone que, en la mayor parte de las ocasiones, se adopten decisiones sin analizar la información suficientemente, no se analicen las posibles consecuencias negativas o se pasen por alto las posibles alternativas. Si además se produce, como hemos dicho, una fuerte presión de grupo, aparece un fenómeno de conformidad que puede acarrear graves problemas cuando se requiere adaptarse a los cambios, ya que al final, se terminará haciendo “lo que dice la mayoría” o “lo que siempre se ha hecho”.

Sin embargo, ésta forma de trabajo, presenta sobre todo innumerables ventajas si se toman las decisiones adecuadas. Así, si se pretende alcanzar el logro de los objetivos comunes, se deben facilitar los procesos de cooperación y coordinación de actuaciones entre sus miembros. Para ello, se debe tener claro que el trabajo en equipo es una herramienta muy valiosa que puede contribuir notablemente a la consecución de los objetivos organizacionales e individuales. Es funcional en la medida en que hace posible la realización de muchas tareas, permite la comunicación bidireccional, aumenta los conocimientos y habilidades de sus miembros en base al feedback y conocimientos de los demás y, encierra un gran potencial para el cambio si los miembros del equipo discuten abiertamente sus ideas y se sientes responsables, todos ellos, del producto final, considerándolo fruto del compromiso mutuo. Además, presenta otras ventajas como el aumento de la productividad cuando el grupo hace suyo el objetivo de la tarea, reduce la incertidumbre y proporciona sensación de control cuando la participación de los miembros es activa y, lo que es más importante, satisface las necesidades de autoestima, aceptación y desarrollo profesional.

Pero para que se produzca el desarrollo real de los equipos, el directivo debe procurar la existencia de las condiciones adecuadas. De este modo, entre otras, se deberán llevar a cabo acciones y comportamientos tendentes a:
  • Asegurar el conocimiento de la misión y objetivos del grupo por parte de todos sus miembros, verificando que la percepción de la misma sea la de una meta común.
  • Reconocer la competencia del grupo para la ejecución de lo encomendado.
  • Presentar las anomalías y contratiempos como oportunidades para aprender.
  • Explicar las razones de los cambios y no imponiéndolos.
  • Fomentar la participación y el progreso personal.
  • Mantener la imparcialidad, pero evitando la consecución de un consenso prematuro.
  • Por ultimo, se ha de mantener en todo momento la objetividad.
En definitiva, el trabajo en equipo es una práctica en la que se ha de evitar la anteposición de los objetivos e intereses individuales a los grupales y en la que, sobre todo, se hace necesario el trabajo de todos y para todos.
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Un Escenario Interpersonal en el Corazón de la Dirección

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La comunicación y sus dimensiones

La comunicación interpersonal se encuentra en todos los ámbitos de la empresa. Cuando nos reunimos, supervisamos, negociamos o prestamos un servicio, estamos comunicando.

El acto comunicativo que implica las relaciones interpersonales, se compone de diversas variables:
  • Los sujetos, que pueden ser dos o múltiples.
  • El comportamiento que manifiestan los sujetos, que se conforma por cuatro aspectos: la atención - percepción (que referencia a qué información se atiende de toda la percibida), el pensamiento (que supone como se procesa lo atendido), el sentimiento (que nos indica qué emociones nos provocan las conclusiones extraídas del paso anterior) y por ultimo, la acción, ( relativa al comportamiento o emisión que llevamos a cabo) cerrándose así, inicialmente, el proceso. Acabamos de indicar que la acción cerraba inicialmente el acto comunicativo. Esto es así, porque muchas veces nos damos cuenta de que no hemos logrado lo que pretendíamos comunicar, o bien, nuestro interlocutor añade nueva información, iniciándose así otra vez el proceso. Esta situación provoca que, o bien insistamos en el comportamiento emitido anteriormente, o nos replanteemos nuestra actuación. Aparece así un proceso de aprendizaje mutuo entre los interlocutores que les llevará al planteamiento de objetivos que orientarán el proceso. Podemos por tanto plantearnos objetivos adicionales, o bien establecer objetivos de carácter instrumental que nos permitan alcanzar nuestro propósito. También, la nueva información puede introducir cambios en nuestro comportamiento inicial. A su vez, estos cambios pueden invocar, otra vez, información adicional por parte de nuestro interlocutor retroalimentándose el proceso. Como vemos, el acto comunicativo está sujeto y determinado por las nuevas informaciones que recibimos. El proceso de aprendizaje, se hace posible por la interdependencia de los cambios y la interacción de los interlocutores.
  • La ultima variable, no es otra que la propia información y el feedback continuado que los comportamientos mostrados producen en los interlocutores.
Se puede concluir, por tanto, que la comunicación interpersonal se conforma como una interacción recíproca e interdependiente entre distintos interlocutores, que aparece procesada y guiada por los sentimientos, necesidades y retroalimentación de los comportamientos emitidos.

En todo caso, como sabemos por experiencia propia, muchas veces no es sencillo comunicarse. Todos hemos experimentado esa sensación de que no se nos comprende o que la gente se cierra en banda ante informaciones o razonamientos que a nosotros nos parece evidentes.

Para comprender éste fenómeno, debemos ser conscientes de que nos podemos encontrar con obstáculos que dificultan la comunicación, ya sean por la propia dinámica del trabajo o el funcionamiento de la organización, nuestras limitaciones o características personales, el ambiente físico que nos rodea o nuestro interlocutor.

Para que nuestro comportamiento sea “socialmente efectivo” (entendido éste como el adecuado a cada situación y que permite lograr los objetivos a alcanzar) debemos tener en cuenta los objetivos, las reglas de la situación y los modos de comportamiento. Así, cabe señalar que:
  • Los objetivos actúan como guías que orientan nuestras acciones. Debemos tener claro que es lo que queremos conseguir, ya que en caso contrario difícilmente sabremos que debemos hacer. Además, los objetivos pueden ser variados y complejos, por lo que es importante conocer cómo podemos lograrlos y cual es la importancia de cada uno, ya que podemos correr riesgos si no tenemos claro cual de ellos se configura como fundamental y que la gran mayoría de las veces, debemos alcanzar alguno menos importante para que sea posible la consecución de nuestra meta final. Para el personal directivo, es fundamental el alcanzar objetivos socialmente efectivos que promuevan las relaciones interpersonales y mejoren la autoestima de las personas que intervienen en cada relación.
  • Al igual que ocurría cuando hablábamos del proceso de comunicación, los objetivos se retroalimentan continuamente por los resultados alcanzados y la cultura que queramos promover: en función de lo que consigamos podemos replantearnos los mismos o buscar nuevas vías de acción y, según sea la cultura que nos interesa para nuestra organización, nuestras metas serán unas u otras.
  • Las reglas de la situación, nos informan de qué es lo correcto en cada momento, de modo que orientan sobre lo que debe hacerse o decirse. Estas reglas se configuran mediante el equilibrio que forman las normas sociales consensuadas por y entre los miembros de un grupo determinado (como se habla, qué es lo apropiado, etc.), los objetivos y necesidades de nuestro interlocutor y, por último, cual es la a situación que vive la organización, aspecto éste que nos ayudará a determinar si es el momento oportuno para tomar una decisión.
  • El modo de comportarse hace referencia a nuestras conductas. La comunicación, como ya vimos, no es posible sin el comportamiento, de modo que debemos tener en cuenta las posibles repercusiones del mismo según actuemos de uno u otro modo. Nuestra conducta, transmite información, sea esta de carácter verbal o no verbal, y no solo es importante lo que decimos, sino cómo lo decimos y la posible existencia de incoherencias entre el lenguaje verbal y no verbal, ya que si aparecen contradicciones entre ambos, nuestra credibilidad y, por tanto, las actuaciones consecuentes de nuestro interlocutor, se verán afectadas.
Por todo lo visto, si queremos que la comunicación interpersonal sea socialmente efectiva en el sentido descrito, debemos asegurar la correcta recepción, procesamiento y emisión de la información. Para ello, nuestros comportamientos deben orientarse, entre otros posibles, a la clarificación de los objetivos, a la escucha activa y observación, evitar las interpretaciones no fundamentadas de la información, basar las actuaciones en hechos, evitar las presunciones, no caer en estereotipos, mantener la coherencia, recoger las sugerencias y, por ultimo, a aprender de los errores.

Los modos de la comunicación directiva

A la hora de comunicarnos, si bien es importante lo que decimos, el cómo lo decimos se perfila como algo fundamental si queremos garantizar un buen ambiente en las relaciones interpersonales y, en dependencia de éste ambiente, la consecución o no de nuestros objetivos. Evidentemente, los objetivos podemos alcanzarlos de uno u otro modo, pero la vía que elijamos a la hora de comunicarnos con los demás nos supondrá consecuencias totalmente distintas, siendo algunas de éstas de carácter muy negativo.

Tradicionalmente, se ha distinguido entre dos estilos de comunicación directiva:
  • El estilo inhibido o pasivo, que se caracteriza por no decir nada, evitar la actuación a fin de eludir las consecuencias o bien, el mostrar inseguridad. Implica por tanto la evitación del conflicto, generando normalmente con posterioridad en la persona reacciones de culpa y un sentimiento de no haber hecho lo que se debía.
  • El estilo agresivo, en el que se pretende conseguir algo de nuestro interlocutor apelando a la intimidación, el sarcasmo o incluso la violencia. Como puede suponerse, se puede alcanzar el objetivo en base a la imposición, pero desde luego sin la aprobación del interlocutor, lo cual genera, normalmente, muchos problemas en las futuras interactuaciones.
Ambos estilos poseen sus características propias, incluyendo un leguaje no verbal propio de cada uno y se configuran en definitiva como las dos caras de la misma moneda, pudiendo pasarse de un estilo a otro en función del ambiente, siendo éste, en definitiva, el que orienta el comportamiento.

Pero existe un tercer estilo de comunicación directiva, denominado asertivo, y que se caracteriza por promover los valores de la honestidad, responsabilidad y respeto hacia los derechos propios y los de los demás. Procura por tanto que la persona sea capaz de decir lo que piensa o desea sin molestar a los demás y en ausencia de sentimiento de culpabilidad por lo que se dice.

A diferencia de los dos estilos anteriores, el estilo asertivo se caracteriza fundamentalmente por su orientación hacia los objetivos propuestos, de tal modo, que incluso cuando no es posible su consecución, la persona se siente satisfecha por haber expresado al menos su opinión y acepta la demora de los mismos, si percibe que no es el momento adecuado para alcanzarlos o bien las consecuencias pueden ser adversas.

Una vez analizadas someramente sus características fundamentales, debemos exponer qué es lo que se debe hacer para comunicarnos asertivamente en la dirección. Podemos distinguir tres pasos bien diferenciados:
  • Escuchar activamente: lo que supone, no solo escuchar con atención, sino mostrar o dar señales a nuestro interlocutor de que nos interesa lo que nos dice, que somos comprensivos con sus problemas y que estamos dispuestos a atenderle, aunque no estemos de acuerdo con sus planteamientos.
  • Decidir qué hacer/decir y cuando: ya que una vez analizada la información que nos es transmitida, y tomando en consideración aspectos tales como la situación, nuestros intereses y las demandas de los demás, debemos plantearnos las diferentes alternativas que tenemos. La rapidez del análisis de todos estos inputs dependerá de la novedad de la situación y de la práctica.
  • Por ultimo, manifestaremos nuestro comportamiento en un sentido u otro.
De otro lado, si queremos alcanzar el desarrollo del estilo directivo asertivo, debemos tomar en consideración tres prácticas bien diferenciadas:
  • Clarificar los derechos personales, que implica el respeto a nuestros propios derechos. Como seres humanos que somos, es inevitable que a la hora de afrontar las situaciones nos surjan emociones de miedo, culpabilidad o inseguridad, así como es fácil que pensemos que deberíamos ser, pensar o actuar de otro modo distinto al que lo hacemos. El conflicto surge, por tanto, cuando tenemos la disyuntiva entre lo que nos gustaría hacer y lo que nos demanda el entorno o las posibles consecuencias de nuestras acciones. En definitiva, la diferencia entre el ser y el deber ser. Para solventar este problema, debemos asumir que no somos perfectos, que tenemos derecho a equivocarnos y que, por supuesto, no tenemos respuesta para todo. Tenemos pues, que pensar y actuar asertivamente, interiorizando lo que Smith denominó Carta de los Derechos humanos asertivos y que supone que en nuestra función directiva seamos tolerantes y nos demos permiso, siempre en función de las responsabilidades que como directivos tengamos asumidas.
  • La segunda práctica, consiste en saber diferenciar el estilo asertivo de los otros estilos de comunicación. Esto implica, por supuesto, saber que hacer y decir para que nuestra forma de comunicación se asemeje a dicho estilo. Para ello, demos tener claro que las formas del habla, el lenguaje verbal y no verbal, son diferentes en cada uno de los tres estilos ya expuestos.
  • Por ultimo, debemos desarrollar nuestras habilidades de afrontamiento interpersonal, aspecto éste que desarrollaremos posteriormente.
El estilo asertivo es, por tanto, aquel orientado hacia los objetivos de una forma honesta y no avasalladora hacia los demás, que procura que la persona trasmita sus deseos u opiniones sin dañar los intereses del personal implicado y, teniendo en todo momento presente, que nadie es perfecto, por lo que hay que asumir de forma natural los errores y las imperfecciones que conlleva toda actuación humana.
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Habilidades Básicas para Dirigir Organizaciones y Equipos

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Comunicar y gestionar la información

La información es indispensable para cualquier organización, ya que sin la misma, puede ser presa de riesgos e incertidumbres. En toda organización se manejan cantidades ingentes de información relativa a los procesos, resultados y componentes de la estructura, de modo que el cómo gestionemos ésta, se conforma como algo fundamental. Es por ello, que la información se percibe como un recurso indispensable para la planificación, la organización del trabajo, el control y la dirección. Al ser un recurso directivo, el responsable de tal función deberá evaluar y seleccionar la información relevante, dirigirla a las personas adecuadas, en el momento oportuno y tratar de garantizar su comprensión y recuerdo, (teniendo en cuenta, además, las posibles influencias de los canales informales), así como, de otro lado, deberá procurar que ésta se convierta en una guía para la acción efectiva, tratando de anticipar las posibles consecuencias adversas.

Para asegurar el rendimiento de las comunicaciones y lograr que la información contribuya a la creación de una cultura corporativa funcional para el logro de los objetivos, la satisfacción de las necesidades y la orientación al cambio, es preciso analizar qué tipo de información se ha de comunicar y cómo debe ser gestionada. Esta información, variará en función de la fase en las funciones de gestión en la que nos encontremos. De este modo:
  • En la fase de planificación, se deberá gestionar la información relativa a la política de organización (que referencia la misión o propósito de la organización, sus procedimientos y sus objetivos), las descripciones de los puestos de trabajo y las necesidades de los diferentes servicios (que permite el ajuste de los perfiles de los puestos a las tareas) y por último, la definición de los estándares de calidad (qué supone el conocer cuando una tarea está terminada y si ha sido eficaz y eficiente)
  • En la función de organización, se pretende que cada profesional conozca las exigencias de su ocupación, de modo que habrá de gestionarse la información relativa a la asignación y delegación de tareas ( a fin de transmitir la información de lo que debe hacerse, cómo, donde, cuando, por qué y con quién, y en qué consisten las relaciones de coordinación con los demás), la provisión de recursos y apoyos necesarios para la ejecución de las tareas, la administración presupuestaría y de personal, la coordinación (sea ésta de servicios, departamentos, unidades o con el exterior) y, por último, la incorporación de nuevos trabajadores a la organización ( que nos permite acelerar la adaptación, socializar al individuo en nuestra cultura o desarrollar su sentido de pertenencia)
  • En la función de control, el directivo deberá tratar de establecer los mecanismos que permitan controlar las desviaciones sobre lo planificado, la existencia de problemas motivacionales, de productividad o de cualquier otra índole que afecte a los objetivos propuestos.
Como vemos, la información, según lo ya comentado, se configura como el sustrato fundamental sobre el que se asientan los procesos organizativos básicos y la propia función directiva. Para conseguir de ella la funcionalidad y maximizar su rendimiento, el directivo deberá desplegar, entre otras, estrategias orientadas hacia el establecimiento de sistemas que permitan recoger, almacenar y procesar la información, deberá definir claramente los objetivos perseguidos con lo que comunica, implantará los canales apropiados para transmitirla, consultará con los demás, desarrollará procedimientos de transmisión de la información habitual, difundirá información positiva sobre los implicados en procesos de cambio, atenderá las necesidades de los particulares y, sobre todo, prestará la atención necesaria al feedback recibido sobre todas las acciones desarrolladas, con la finalidad de garantizar el ajuste continuo a las necesidades de los individuos y la organización, en consonancia con los requerimientos del entorno.

Escuchar bien

La habilidad de escuchar bien implica, necesariamente, escuchar con comprensión y cuidado, configurándose como una de las habilidades centrales en la dirección, ya que nos permite entender, no solo el mensaje que se nos transmite en sí, sino también las emociones de nuestro interlocutor y, a la vez, nos proporciona la oportunidad de darle información sobre como estamos recibiendo el mensaje. La finalidad es, por tanto, empatizar y hacernos cargo de los problemas de las personas con las que nos relacionamos.

Existen muchas razones por las que es importante escuchar, y de entre todas ellas, cabe destacar el hecho de que nos permite convertirnos en personas dignas de confianza, que monitorizan situaciones, que podemos actuar como difusores y portavoces, hacer que la otra persona se sienta aceptada, fomentar la comunicación y, en definitiva, mostrar un modelo de comportamiento interpersonal que merece la pena ser imitado al ser funcional para la organización.

Evidentemente, el llevar a cabo todas estas cosas, no es tarea sencilla. Para ayudarnos a conseguirlo, debemos cumplir una serie de reglas prácticas que nos allanarán el camino. Entre ellas destacan: el decidir cuando escuchar (puede que no sea el mejor momento para hacerlo), preparar las situaciones (introduciendo si es necesario en nuestra agenda momentos para ese menester), respetar a nuestro interlocutor y no desestimar a priori el intercambiar información con él (todo el mundo puede tener algo importante que decir), utilizar el lenguaje no verbal (de modo que informemos a los demás de que les estamos atendiendo) evitar la aparición de disonancias entre la escucha y nuestra actividad simultánea (no prestando atención a otras cosas cuando nos hablan), no interrumpir, evitar los juicios o ayudas prematuras sobre lo que se nos transmite y, sobre todo, no rechazar lo que la otra persona está sintiendo (ya que como hemos dicho, el empatizar con el hablante es fundamental si no queremos perder la riqueza de matices que proporcionan las emociones de nuestro interlocutor).

El directivo debe mentalizarse de que cualquier momento es bueno para escuchar, aunque evidentemente debe ser él el que decida cual es el momento oportuno. Pero en todo caso, debe ser consecuente con la función que desempeña, por lo que necesariamente deberá tener en cuenta que, aunque no siempre es fácil escuchar, el hacerlo no implica:
  • Estar de acuerdo con el interlocutor, sino simplemente tomar nota de lo que nos transmite. Además, si no atendemos a todo lo que se nos dice, es más difícil solucionar los problemas y atender a las peticiones.
  • Que únicamente escuchemos cuando estemos de humor para ello. Si tenemos un mal día, podemos intentar relajarnos con la conversación o mostrar interés por la misma. Si realmente no es la ocasión idónea, siempre podemos demorar la conversación a otro momento más propicio.
  • Mantener una conversación cuando alguien nos falta al respeto. Podemos optar por posponer el asunto o seguir calmadamente con la conversación mostrando empatía. Normalmente la segunda opción suele reducir la hostilidad inicial que muestran las personas.
  • Que tengamos que esperar hasta que el interlocutor termine de hablar para contraargumentar y viceversa. La reciprocidad en el desarrollo de las conversaciones suele ayudar a controlar las mismas, ya que se evita tener la sensación de que el otro tiene las riendas sobre lo que se habla.
  • El escuchar tampoco supone que tengamos que empatizar necesariamente. De hecho, se puede decidir no hacerlo, o notar que no se tiene la habilidad necesaria, pero evidentemente éste comportamiento, al igual que cualquier otro, se puede desarrollar con la práctica.
Vemos pues, que la escucha activa no es una habilidad sencilla de desarrollar ni practicar. Además tampoco tiene siempre efectos positivos, ni resuelve por si sola los problemas, pero se trata, sin ninguna duda, de uno de los comportamientos más funcionales de la función directiva en cualquier organización, ya que cualquier problema, por pequeño que sea, implica para su resolución la capacidad de escuchar e intercambiar información. Si no sabemos cuál es el problema, difícilmente podemos solucionarlo.

El arte de hacer preguntas

La base fundamental para obtener información no es otra que saber preguntar. Si no sabemos de qué modo dirigirnos a nuestro interlocutor, éste no nos proporcionará la información que precisamos, nos evitará, o incluso puede cerrarse en banda y no contestar. En efecto, saber hacer preguntas es muy importante en cualquiera de los ámbitos de nuestra vida, ya que fomenta las relaciones interpersonales y cultiva las amistades. Por supuesto, el directivo, al dirigir equipos necesita desarrollar ésta habilidad para alcanzar sus propósitos.

El arte de hacer preguntas no solo supone obtener información, sino que permite que las personas se sientan cómodas y libres para proporcionarla, de modo que podamos conocer los intereses, objetivos, emociones y necesidades de nuestros interlocutores, así como nos permite generar procesos de autorreflexión. Básicamente se utilizan dos tipos de preguntas:
  • Abiertas, que tienen un carácter exploratorio y animan a las personas a hablar sobre sus sentimientos y pensamientos.
  • Cerradas, cuya finalidad es buscar información especifica.
Como todas las habilidades presentadas en esta parte, la de hacer preguntas puede ser desarrollado y perfeccionada con la práctica, si bien, se pueden ofrecer una serie de consejos útiles para tal menester. Entre otros, cabe destacar los siguientes:
  • Para suscitar la atención se pueden utilizar preguntas que nosotros mismos nos podemos responder, a fin de llamar la atención o provocar el interés de nuestro interlocutor. En todo caso, esta estrategia no debe utilizarse de forma repetida, ya que puede tener como consecuencia que no demos ocasión a que nos respondan.
  • Es conveniente utilizar preguntas cortas y directas y, a ser posible, abiertas si lo que queremos es que nuestro interlocutor revele información.. Por el contrario, las cerradas solo se deben utilizar para obtener o confirmar información especifica.
  • Para fomentar la calma y comodidad del interlocutor, se evitará la realización de preguntas improcedentes y, en el caso de tener que hacer una pregunta comprometida, se debe procurar utilizar algún comentario que amortigüe el compromiso de responder (por ejemplo haciendo referencia a que nosotros mismos nos hemos visto en una situación parecida). Por supuesto, se evitará que la conversación se convierta en un interrogatorio o que el tono de las preguntas sea irónico.
  • Se deben realizar preguntas pertinentes que nos supongan malgastar el tiempo de los demás, concediendo la oportunidad para responder.
  • Si la conversación se desarrolla en el marco de una entrevista, es conveniente determinar cual es el objetivo de la misma y la información que deseamos obtener. Una buena ayuda puede ser estructurar un poco el orden de las preguntas, yendo de lo general a lo particular e introduciendo, antes de nada, algún comentario que rompa el hielo y garantice la comodidad de nuestro interlocutor.
  • Por último, si lo que deseamos es entablar una conversación con alguien desconocido, intentaremos usar expresiones coloquiales o realizar comentarios intrascendentes que nos ayuden a romper el hielo, aunque es conveniente anticipar algún recurso que nos permita continuar con dicha apertura si nuestro interlocutor no da pie a continuar la conversación que tratamos de mantener. En este punto, puede ocurrir que la otra persona “siga en sus trece” de no hablar (en cuyo caso es preferible no insistir, ya que podemos dar la impresión de ser unos pesados o desagradables, afectando así a futuras relaciones), o por el contrario, que se anime a continuarla. En este último caso, evitaremos usar opiniones o juicios categóricos, ya que al no conocer los valores e intereses de la otra persona, podemos manifestar cosas totalmente opuestas a los valores y creencias de ésta, con el consiguiente fracaso interpersonal.

La comunicación con “mensajes yo”

Los “mensajes yo” hacen referencia a un aspecto muy importante en la comunicación: el estilo, aspecto éste que nos indica de qué modo los responsables se dirigen hacia las personas que tienen a su cargo para llamarles la atención o para comunicar algún problema.

Como puede suponerse, el “mensaje yo”, es el utilizado en primera persona y el que referencia el hablar por uno mismo de nuestros sentimientos o cambios conductuales, sin atribuir opiniones a terceras personas. De este modo, el mensaje aparece como facilitador y persuasivo y allana la expresión de diferencias.

Cuando existen desacuerdos, enrarecimiento del clima social en los equipos de trabajo, interferencias, etc., el utilizar “mensajes yo” o “mensajes tu” (cuyas características son opuestas a los primeros), puede suponer la diferencia entre la eficacia o ausencia de ésta en la intervención. Las ventajas del uso de los primeros en este tipo de situaciones son las siguientes:
  • Hacen patentes la expresión de nuestros sentimientos y deseos ante los acontecimientos.
  • Cuando se usan este tipo de mensajes, lo que expresamos en ellos, es más digno de crédito y tiene mayores posibilidades de ser tenido en cuenta.
  • Nos confieren una actitud democrática que invita a la participación y el compromiso, además de presentarnos como más cercanos y transparentes.
  • Promueven o facilitan en nuestros interlocutores la disposición a cambiar, minimizando su evaluación negativa y no dañando la relación existente.
  • La habilidad interpersonal así mostrada se convierte en susceptible de ser observada e imitada, dada su carácter funcional.
Centrándonos, por ultimo, en los componentes que han de tener este tipo de mensajes para ser eficaces y funcionales, estos suelen ser tres:
  • Una descripción breve de la situación o comportamiento problemático o molesto sobre el que se pretende dar una opinión o cambiar. Esta descripción debe ser escueta y no evaluar ni enjuiciar al interlocutor.
  • Expresar los sentimientos.
  • Describir las consecuencias o efectos que el problema está teniendo sobre nosotros o los demás, intentando que dicha descripción sea concreta y verse sobre aspectos tangibles. De este modo, garantizaremos que nuestro interlocutor los tome en consideración.

La motivación

Decimos que una persona tiene la habilidad de motivar cuando hace o dice cosas que permiten que la persona a la que se dirige se encuentre bien y satisfecha, mejore su autoestima y se sienta comprometida y motivada con lo que hace.

La herramienta básica de la motivación son los incentivos, los cuales movilizan a hacer algo y tienen la peculiaridad de ser valiosos para el que ejecuta la acción. De este modo, la habilidad de motivar consiste, fundamentalmente, en acomodar las cosas de modo que una acción positiva vaya seguida de consecuencias que resulten gratificantes.

La motivación es importante en toda organización, y esta importancia se justifica, entre otras, por las siguientes razones:
  • Quien actúe como motivador se conforma como alguien digno de confianza al que se puede acudir para pedir su opinión. Además, el comportamiento, al ser funcional, se convierte en un modelo susceptible de ser imitado.
  • La motivación disminuye la resistencia a los cambios y suscita en las personas motivadas un sentimiento de autocontrol, incrementando la autoestima. Una persona motivada se siente mejor, soporta mejor las adversidades y está más dispuesta a negociar.
  • Da información útil a los demás, poniendo de relieve sus puntos fuertes.
  • Por último, contribuye al cambio del clima social y la cultura al transmitir un valor de ejemplaridad que es susceptible de transmitirse entre los miembros del equipo.
Si queremos asegurar la eficacia de la motivación, tenemos que tener en cuenta determinados aspectos que nos pueden servir como guía en su práctica. De este modo, resulta conveniente:
  • Cuestionarse la información negativa como valor cultural. Se deben neutralizar los prejuicios culturales existentes, buscando sustituirlos por una cultura funcional basada en los hechos y no en las presunciones. El ser positivo y felicitar a la gente por un buen trabajo, ya instaura de por sí, un comportamiento que puede convertirse a través de la práctica continuada en un valor cultural presente en la organización y compartido por todos.
  • Se debe procurar que las consecuencias positivas sean inmediatas a la acción que las ha dado lugar, tratando además de identificar qué tipos de consecuencias pueden ser gratificantes y para quien, dado que no para todo el mundo son valiosas las mismas cosas.
  • Hay que realizar una búsqueda activa de comportamientos que pueden resultar valiosos y ser susceptibles de recompensa, buscando el momento oportuno para otorgar la misma, a la vez que se rastrean las actuaciones funcionales de todas las personas de nuestro equipo.
  • Procuraremos que lo que hagamos o digamos tenga impacto emocional y sea gratificante, evitando que parezca un recurso para obtener algo a cambio, y procurando que el reconocimiento sea merecido y en base a hitos conseguidos por la persona en cuestión.
  • Se ha de discriminar claramente entre las personas que se quiere recompensar y las que no. Si no lo dejamos claro, correremos el riesgo de que comportamientos que sean disfuncionales puedan recibir una recompensa inmerecida, prolongándose en el tiempo su práctica, o bien, que los comportamientos positivos no reciban recompensa, y por tanto, terminen extinguiéndose. Esta práctica conlleva también la idea de equidad de recompensas ante hechos similares.
  • Para garantizar la motivación del personal, este debe considerar que su tarea tiene algún significado y misión propia dentro del conjunto de la actividad de la empresa. Deben saber el porqué y para qué de su tarea, conocer los resultados de la misma, sentir que tienen el perfil adecuado para su trabajo (la sobrecualificación puede ser tan desmotivante como la infracualificación), tener claro cuáles pueden ser sus expectativas y lo que se espera de ellos y, por ultimo, sentir que la tarea posee un valor intrínseco.
  • Hay que ser asertivo en el modo de motivar, puesto que en caso contrario perderemos la credibilidad. Esta idea, como ya vimos, implica la honestidad y coherencia entre lo que se dice y lo que se hace, no cayendo en la tentación de prometer lo que no se puede dar como salida fácil para conseguir algo en un momento determinado.
  • Por ultimo, debemos tener muy presente que hablar bien de la gente no cuesta nada, y que el directivo ha de actuar como agente promotor de oportunidades para el desarrollo profesional y autoestima del personal a su cargo.
El problema que se nos plantea ahora, no es otro que el de cómo llevar a cabo estas prácticas. Como ya hemos dicho más arriba, debemos procurar detectar las situaciones susceptibles de reconocimiento. Para ello, nos puede ayudar el llevar un registro de cada uno de nuestros colaboradores, anotando aquellos reconocimientos que tengamos pendientes, o incluso, mantener reuniones de carácter informal donde sondeemos como está la situación de nuestro equipo. También es conveniente que de vez en cuando nos acerquemos por los puestos de trabajo de nuestro personal para interesarnos por lo que hacen, darles aliento y apoyo. Estas visitas han de ser necesariamente breves y oportunas para evitar que la gente tenga la sensación de que les controlan.

Si por el contrario en nuestra organización se realiza un seguimiento formal del desempeño de los empleados mediante sistemas de evaluación del rendimiento, es conveniente preguntar a nuestro interlocutor por como valora él su trabajo. De este modo podemos detectar discrepancias entre nuestra percepción y la suya y tendremos una oportunidad de conocer información o habilidades que nos eran desconocidas.

Como vemos, aprender a motivar no es tarea sencilla, sino que por el contrario es una función directiva determinada en su ejercicio por numerosos aspectos. Nos puede resultar complicado saber cuando debemos motivar, a quien y en qué momento, pero como ya se comentó cuando hemos hablado de las distintas habilidades de la función directiva, será la práctica la que nos enseñe de qué forma es mejor adaptar las acciones mostradas a la dinámica de nuestra organización y a las características de nuestro personal, pero en todo caso, no puede perderse de vista que la motivación es una de las más importantes herramientas con las que contamos para alcanzar un clima y cultura altamente funcional, en consonancia con los objetivos organizacionales y particulares propuestos.

El feedback

El feedback puede ser definido como la información que se le proporciona a una persona, un grupo o a una organización acerca de cómo es percibido su comportamiento y las consecuencias que éste tiene para los demás, con la finalidad de estimular cambios y progresos sobre ese comportamiento.

La importancia de éste mecanismo para el desempeño de nuestro trabajo es fundamental, ya que sin él no sabemos como es nuestra ejecución ni los efectos que produce, por lo que se hace imposible llevar a cabo acciones regulatorías, o bien, las que se tomen sean equívocas o imprecisas. Esta función, por tanto, adquiere un carácter fundamental ante procesos de cambio organizacional, de las tareas o del entorno con el que interactuamos.

El feedback cumple una serie de funciones muy importantes, por lo que a las ya señaladas, cabe añadir el hecho de que es uno de los motivadores más importantes del contenido del trabajo, fomenta el aprendizaje, ayuda a aclarar las relaciones entre las personas y mejora la comprensión y comunicación.

Ahora bien, al igual que otros procesos (como por ejemplo la comunicación), la forma en que dicho feedback sea emitido o recibido, afecta sobremanera a la eficacia del mismo. Con la finalidad de que dicha eficacia sea máxima, debemos procurar un feedback descriptivo y especifico sobre lo que se hace o dice, subrayando la información positiva, darlo en el momento y lugar oportuno evitando la emisión de suposiciones, cuando nos lo pidan, teniendo cuidado de no ofender cuando la información que suministramos tiene un carácter negativo y, especialmente evitando los castigos.

Por ultimo, se ha de resaltar los momentos más idóneos para proporcionar el mismo, de modo que cabe señalar tres situaciones fundamentales:
  1. Cuando pretendamos incentivar procesos de aprendizaje y cambio.
  2. Si pretendemos corregir ejecuciones o comportamientos inadecuados.
  3. Por ultimo, si nos encontramos con un conflicto que deviene difícil en su resolución a causa de los comportamientos de nuestros interlocutores.
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Guías De Afrontamiento De Situaciones Críticas

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Afrontamiento de objeciones y resistencias

El afrontamiento de objeciones y resistencias es fundamental en toda organización, especialmente cuando se ha de hacer frente al cambio, solventar conflictos o en la dirección de equipos, si bien dichas resistencias no tienen porqué ser siempre disfuncionales, dependiendo el éxito de nuestra misión más de cómo se gestionen las mismas que de su propia naturaleza. A fin de cuentas, pueden reflejar diversas formas de pensar o entender una situación.

La solución a éstas diferencias de perspectivas ante un asunto dado, y como ya vimos, pasa por tratar de empatizar y escuchar activamente lo que se nos trata de decir, aceptando de forma parcial o total los argumentos de los agentes a fin de evitar discusiones, evitar posturas defensivas, etc., para al final seguir insistiendo en nuestra postura mediante el empleo de “mensajes yo”. De este modo, nuestros interlocutores serán sensibles a nuestras opiniones, se centrarán en lo que nos interesa, evitaremos hostilidades y reiteraremos nuestro objetivo evitando los aspectos accesorios al tema en cuestión.

Para que la estrategia surta efectos, debemos asumir la responsabilidad de nuestros comentarios, ser pacientes y amables, buscar la mejor oportunidad, preparando en la medida de los posible la situación y evitando que nuestro interlocutor se sienta obligado a justificar su postura. Vemos pues, que el esquema de actuación se asemeja a lo visto anteriormente para el ejercicio efectivo de las diferentes habilidades interpersonales, ya que este tipo de estrategias es un mix de las utilizadas para una eficaz comunicación, escucha activa y “mensajes yo”.

Las críticas a los demás

En el desarrollo de la actividad laboral, es muy común que las personas estén en algún momento descontentas con el trabajo de otros o por cómo son tratadas, por lo que es fácil que aparezcan críticas hacia los demás. Evidentemente, a nadie le gusta ser criticado por lo que los riesgos que asumimos al realizar las mismas son elevados, pero sin embargo, y como acabamos de analizar en el apartado anterior, también pueden ser una fuente de oportunidades para la mejora en la gestión de la actividad. El problema vuelve a ser el mismo que aparece en todo lo analizado hasta ahora: el éxito o fracaso dependerá del “como” lo hagamos, y en la medida de cómo usemos todas las habilidades descritas en el apartado IV de éste resumen, aunque esto no es por sí suficiente, sino que además debemos desarrollar una estrategia que se conforma en base a los siguientes pasos:
  • Determinar cuales son nuestros objetivos (cambiar una situación y procurar no deteriorar las relaciones interpersonales existentes).
  • Describir la situación, de modo que definamos ante nuestro interlocutor cuales son los aspectos problemáticos. De este modo evitaremos ambigüedades y centraremos el problema.
  • Debemos mostrar nuestros sentimientos. Así conseguiremos ser claramente comprendidos y suscitaremos empatía.
  • Los cambios deberán ser sugeridos o pedidos, evitando a toda costa las imposiciones.
  • Por último, si la critica es bien recibida y aceptada debemos compensar y elogiar a nuestro interlocutor, y volver a hacerlo cuando el cambio sea efectivo.
Esta estrategia no es por supuesto rígida ni válida para cualquier situación, ya que nos podemos encontrar con objeciones o con una mala aceptación de la crítica.

El problema, sin embargo, es ligeramente diferente cuando el objeto de nuestras críticas es nuestro jefe. Esta es una situación verdaderamente delicada ya que nos encontramos en una posición de inferioridad y además nos puede traer consecuencias desagradables. Sin embargo, si queremos mejorar las cosas, la crítica a veces se hace inevitable. A fin de que esta sea efectiva, además de lo visto, debemos ser cuidadosos en los siguientes aspectos:
  • Es más fácil criticar cuando somos útiles a nuestros superiores y nuestro trabajo es valorado de forma positiva. Si la relación con el jefe no es buena a causa de nuestro trabajo, deberemos tener mucho cuidado.
  • Se deberá criticar cuando sea el ultimo recurso para introducir cambios y provocar mejoras y siempre que la misma sea adecuada en forma, contenido y estemos bien informados de la situación.
  • Evitaremos criticar el rol del superior tratando de demostrar a toda costa que es él el que está equivocado. Debemos pues, plantear la situación como una alternativa a considerar y haciéndolo de tal modo que parezca que realmente le estamos pidiendo ayuda y que la decisión última depende de él.

Las críticas que recibimos

Todos podemos ser objeto de críticas en nuestra vida y, en el ámbito laboral, este suceso es harto frecuente. Pasamos la mayor parte de nuestro tiempo en el trabajo y realizamos múltiples actividades por lo que resulta fácil que nos equivoquemos y cometamos errores que pueden afectar a las personas con las que interactuamos. Debemos aceptar que somos humanos y que por tanto nos equivocamos continuamente.

El problema nos surge del hecho de cada situación o critica es diferente y podemos optar entre aceptarla, rechazarla o bien posponerla. Esto dependerá de nuestras estrategias de afrontamiento y, para que las mismas sean efectivas, debemos escuchar activamente, tomar nota de lo que se nos dice, solicitar las aclaraciones pertinentes, analizar la importancia de la misma, quien la hace y por qué, si la misma es procedente y por qué, mostrar empatía y verificar si es reiterativa o nos la han hecho varias personas. Estas acciones nos facilitarán el que nos hagamos una representación acerca de la situación y decidamos que hacer al respecto y los esfuerzos que nos supondrá el hacer los cambios que se nos demandan, si de hecho los aceptamos.

Vemos pues, que la recepción de criticas pone a prueba, una vez más, las habilidades interpersonales y el control emocional que venimos describiendo a lo largo de este resumen.

La irritación y la hostilidad

En los contextos laborales es frecuente que aparezcan tensiones, fricciones y hostilidades entre las personas, que pueden tener sus orígenes en razones objetivas o bien en malentendidos. En todo caso, estos fenómenos son muy frecuentes, por lo que se hace necesario analizarlos, ya que pueden llegar a interferir en la solución de problemas o convertirse, por si mismos en uno. Estas tensiones son fuente de estrés y una amenaza al clima laboral en la organización.

Con la finalidad de reducir el impacto e intensidad de estas reacciones, los autores recomiendan una serie de estrategias de afrontamiento, entre las que cabe destacar las siguientes:
  • Se ha de tener en cuenta que las reacciones emocionales intensas son breves.
  • Ante una reacción emocional intensa, nuestro objetivo fundamental ha de ser la reducción de la misma. De este modo, será más fácil discutir el asunto de forma calmada y racional.
  • Al igual que se vio en cuanto a la comunicación, debemos mentalizarnos de que podemos tener un cierto control sobre las reacciones emocionales de los demás, ya que nuestras actitudes o comportamientos tenderán a reducir o aumentar la misma.
  • Para inducir la calma, debemos ser pacientes y esperar a que la reacción vaya disminuyendo. Tampoco es conveniente que forcemos la situación e intentemos calmar a la otra persona, ya que podemos provocar que la reacción se refuerce.
  • Se debe escuchar activamente y mostrar empatía, tratando de reservar nuestros juicios acerca de lo que debería y no debería hacer la persona irritada, manteniendo una actitud abierta ante el problema. De este modo, lograremos reducir el desacuerdo.
  • Por último, en cuanto a nuestras propias emociones, hay que intentar controlarlas y no perder la calma, aunque esto no supone que debamos evitar sentirlas, sino que más bien debemos evitar perder el control sobre las mismas y manifestarlas de la forma procedente en relación a la situación. En definitiva, se trata de potenciar nuestro autocontrol.

El afrontamiento del estrés

La dirección de una organización o un equipo es una fuente potencial de generación de estrés para cualquier persona. Se han de afrontar situaciones críticas, problemas, amenazas, falta de recursos, sobrecarga de trabajo, etc., fenómenos éstos que a la larga, si llegan a superar las capacidades de la persona, provocarán estrés. Por tanto, el estrés surge de la interacción entre las condiciones externas y la historia personal, comportamiento y recursos del individuo.

En el aspecto individual, la complejidad del estrés se manifestará en función de los recursos de afrontamiento que tenga el individuo, los cuales tienen la finalidad de gestionar las demandas que recaen sobre el sujeto, a fin de tratar que las mismas no superen las capacidades y posibilitar por tanto el autocontrol.

En cuanto a las fuentes potenciales de estrés, éstas se definen por aspectos como la escasez de tiempo para afrontar las demandas, si son o no predecibles, el grado de incertidumbre que conllevan, etc., aunque muchas veces estas fuentes están en nosotros mismos. Es muy común que las exigencias que se planteen los directivos en el ejercicio de su trabajo actúen como factores coadyuvantes de aquel. En todo caso, la posibilidad de disponer de información sobre las variables intervinientes, las habilidades interpersonales y la convicción en nuestras capacidades, actúan como amortiguadores del estrés y pueden dirigir el mismo hacia resultados funcionales y positivos.

El éxito o fracaso ante una experiencia estresante depende, como ya hemos dicho, de los resultados alcanzados en el proceso de afrontamiento que hemos mencionado. Este proceso se compone de diversas fases: atención – percepción, pensamientos, las sensaciones o emociones, las acciones de afrontamiento que desarrollemos y las reacciones fisiológicas que experimentemos, de modo que una ineficacia en cualquiera de estas fases puede provocar que las demandas superen las estrategias y capacidades y la experiencia estresante no pueda ser amortiguada. Las emociones que experimentamos tienen una importancia capital en este proceso, ya sean las propias o las de los sujetos intervinientes, y como hemos ido viendo a lo largo de este resumen, la función directiva está fuertemente orientada hacia la evaluación y control de las mismas. Sin embargo, el incentivo más poderoso son los resultados reales que obtenemos en el afrontamiento, ya que son estos los que van configurándolo, los que van perfeccionando nuestras estrategias, nos hacen cambiar las evaluaciones iniciales de la situación, de las fuentes de estrés e incluso la creencia sobre nuestro autocontrol.

Para afrontar y controlar el estrés, los directivos deben aprender una serie de estrategias que les ayudarán a trabajar sobre ellos mismos y sobre el entorno. Entre otras, destacaremos las siguientes:
  • Se debe saber y aceptar que el estrés está ahí, y que no siempre es disfuncional, sino que por el contrario puede conformarse como una fuente de oportunidades. De este modo, el directivo podrá anticiparse a él, prevenirlo y modificarlo.
  • Investigar las fuentes de estrés, ya que nos pueden indicar la necesidad de introducir cambios personales u organizativos.
  • Tener claros los objetivos a perseguir ante una situación difícil.
  • Usar todas las habilidades interpersonales vistas a lo largo de éste resumen.
  • Utilizar la percepción selectiva, de modo que la misma nos ayude a determinar los aspectos fundamentales de una situación, apartando momentáneamente lo que nos agobia a fin de tomar un pequeño respiro.
  • Intentar reducir la incertidumbre en la medida de los posible, recabando información relativa a todos los aspectos relevantes de una situación dada o una potencialmente estresante.
  • Se deben cambiar los limites de nuestra autoexigencia, de modo que se eviten los excesos en la misma. Tenemos que ser conscientes de nuestras limitaciones de modo que no sobrepasemos las mismas, procurando por ello, adoptar las decisiones que puedan solventar la situación y a la vez nos permitan controlar el estrés.
  • Controlar el tiempo es fundamental. Para ello, el uso de agendas puede sernos útil, ya que nos permitirá reservar tiempo para las diversas tareas, priorizar asuntos, establecer fechas límite, etc.
  • Por último, todo buen directivo debe considerar seriamente el solicitar ayuda a los profesionales con los que trabaja, ya sea ésta de tipo técnico o en lo relativo a las relaciones interpersonales informales.

La delegación de tareas

Dado que cualquier persona, y especialmente los directivos no pueden abarcar o supervisar directamente todas y cada una de las tareas y responsabilidades que tienen asignadas, la delegación de tareas se configura como un medio esencial de gestión. De este modo, quien delega dispone de más tiempo para la realización de otras tareas, evita su acumulación y tomar decisiones al estar éstas descentralizadas, se incrementan las oportunidades de promoción, ascenso y desarrollo y, por último, mejora la autoestima, motivación y satisfacción de los colaboradores.

Ahora bien, para que la delegación de dichas tareas y responsabilidades sea funcional, los autores enfatizan una serie de reglas y criterios útiles, entre los que destacan:
  • Es fundamental buscar señales de que la delegación se hace necesaria. Por ejemplo, cuando se nos acumulan las tareas, no disponemos de tiempo para analizar profundamente ciertos asuntos, no se cumplen los calendarios previstos o cuando se nos consultan hasta los detalles más nimios.
  • El directivo debe tomarse la delegación como una oportunidad para reducir estrés, motivar y fomentar el compromiso de los colaboradores.
  • Seleccionar las tareas y responsabilidades a delegar. En este punto es preferible delegar las que puedan ser cumplimentadas en su totalidad, procurar que en la delegación no se producen desajustes entre las demandas de las tareas y las capacidades de los sujetos y, por supuesto, evitar las delegaciones sistemáticas de todos los asuntos.
  • Se deberán priorizar las tareas que permitan el mejor seguimiento de la delegación, seleccionando las personas sobre las que recaerá la misma en base a criterios objetivos, valorando sus cualificaciones y tratando de anticipar el rechazo del colaborador y el malestar en el equipo de trabajo.
  • Implementar la delegación, que supone proveer de la información necesaria, comprobar que es comprendida, envestir de la autoridad necesaria si ésta es requerida para la realización de la tarea, mantener la comunicación y establecer un calendario de realización, seguimiento y supervisión de las tareas delegadas.
  • Por último, se deberá realizar un seguimiento de la delegación que permitirá al directivo enseñar y dirigir, corregir desviaciones, establecer pautas de actuación, etc y, en definitiva, monitorizar la misma.

La entrevista disciplinaria: Una oportunidad para el cambio

El comportamiento de los individuos en relación con las normas, procedimientos o estándares de calidad, puede ser una fuente de problemas si no se ajustan a las expectativas o criterios de ejecución esperados.

La entrevista disciplinaria es el medio por el que el supervisor trata de corregir el comportamiento disfuncional del empleado procurando no menoscabar su autoestima. Si ésta entrevista no tiene éxito, se deberán emplear medidas disciplinarias.

La entrevista disciplinaria consta de diversas etapas:
  • Identificación del problema, momento en el que el directivo deberá procurar centrarse en los hechos evitando las impresiones, recabar la información suficiente consultando con otros si es necesario, analizarla (determinando si el error puede ser imputable a uno mismo) y, por último, decidir si preparar o no la entrevista.
  • Preparación de la entrevista, donde se definirán los objetivos básicos a alcanzar (que suelen ser según los autores determinar el comportamiento disfuncional, evitar que se repita y lograr el compromiso del trabajador), tratando de buscar la ocasión y lugar más propicios.
  • Realización de la entrevista, donde se ha de establecer el marco de la misma con claridad, dispensando un trato positivo, exponiendo el problema de forma asertiva (como ya vimos) y facilitando las explicaciones que sean necesarias. Además, es fundamental el ofrecimiento de ayuda, aportando soluciones que sean susceptibles de verificación y procurando conseguir el compromiso del interlocutor.
  • Seguimiento, donde se emplearán las habilidades vistas cuando hablábamos del feedback.
Sin embargo, a pesar de todo este proceso, la entrevista puede fracasar. En este caso, se deberán adoptar medidas disciplinarias contra el incumplidor, observando en todo caso la legislación vigente en materia de faltas y sanciones.

Las reuniones

Las reuniones son un fenómeno muy habitual en las empresas y se conciben como un riesgo, dado que para muchas personas pueden ser una fuente de estrés o de pérdidas de tiempo.

Sin embargo, las reuniones son fundamentales para el buen funcionamiento de los equipos de trabajo en aras a su coordinación.

Las reuniones cumplen funciones muy importantes en toda organización. Así, sirven como sustrato de configuración de las tareas básicas de los equipo de trabajo, permiten compartir conocimientos, fomentan el sentido de pertenencia de los individuos, aumentan las expectativas de eficiencia, permiten moldear comportamientos que faciliten las tareas y servir de incentivo para los individuos. Pero esto no siempre es así, sino que pueden ser un elemento destructor de la vida de un equipo si se generan conflictos.

Para que una reunión sea positiva, la figura y comportamientos que desarrolla quien la dirige y modera son fundamentales. Sin embargo, aunque se puede conocer a quienes van a intervenir en ella y los asuntos a tratar, pueden aparecer imprevistos como la denominada “agenda oculta” que tiene cada participante, y que referencia a las preguntas, objeciones, etc. que pueden plantear.

La persona que dirige la reunión ha de ser consciente de que debe desempeñar una serie de funciones que son fundamentales para llevar a buen puerto la misma. Así, deberá actuar como clarificador (procurando que el objetivo de la reunión esté claro, ayudando a los participantes a comprenderse bien y haciendo resúmenes periódicos para delimitar por donde se va en cada momento), tendrá que ejercer el control (fijando las normas de actuación, regulando las intervenciones de cada uno, administrando el tiempo de éstas, etc.), intentará dinamizar el desarrollo de la reunión (estimulando las intervenciones, reforzando los comportamientos positivos y ayudando al desarrollo de expectativas de eficacia) así como tratará de desarrollar un clima social adecuado que potencie la toma de decisiones, la comprensión mutua y un ambiente relajado y distendido. De otro lado, deberá evitar la imposición de los temas a tratar, demorar el comienzo de la reunión, permitir los excesos propios o de los demás en las intervenciones, que se trivialicen los temas importantes o permitir que unos avasallen a otros.

Sin embargo, a veces las reuniones terminan por no ser efectivas. Las causas más comunes de que esto ocurra son, por ejemplo, cuando existen fuertes intereses por parte de un grupo y no permiten la intervención de los otros, las diferencias de estatus (que implican que las personas de estatus inferior sean condescendientes con las opiniones de otros), las presiones de grupo para alcanzar la conformidad, la búsqueda de decisiones rápidas (con la consiguiente falta de análisis profundo de la información disponible), la falta de tiempo o las limitaciones en el conocimiento sobre el tema a tratar.

A fin de garantizar la eficiencia de las reuniones, una guía práctica que puede resultar eficaz es la siguiente:
  • Celebrar la reunión cuando sea estrictamente necesario. Si la información o asunto a tratar puede hacerse por otros medios (envío de un documento, conversación telefónica, etc.) éstos serán los indicados.
  • Prepararla concienzudamente, evitando las improvisaciones.
  • Ayudar a los participantes a conocerse, enviando un resumen biográfico de cada uno a los demás, presentándolos o sugiriendo la autorpresentación.
  • Se ha de comenzar la reunión puntualmente y, al comienzo de la misma, se debe darle énfasis y significación.
  • Se trazará un plan para la discusión y toma de decisiones, favoreciendo la participación democrática y equitativa de todos los participantes.
  • Usar todos los medios didácticos e informativos que sean necesarios.
  • Un aspecto fundamental es prepararse para afrontar las dificultades que pueden presentarse, como por ejemplo la solicitud de información adicional, las discusiones que van demasiado lejos, cuando alguien muestra una indiferencia absoluta, no participa o interrumpe, etc.
  • Por último, una vez finalizada la reunión, se deberán recordar los compromisos establecidos y realizar una evaluación exhaustiva de la misma que permita ver como ha sido su transcurso con la finalidad de que las subsiguientes sean, si cabe, más productivas.

La negociación y el afrontamiento del conflicto

Los conflictos son la mayor fuente de malestar y estrés para cualquier directivo, siendo consustanciales a todas las organizaciones. Surgen cuando existe el intento por parte de una persona o un grupo de bloquear el logro de metas por parte de otras personas o grupos, y no siempre es fácil para los directivos resolver los mismos, ya sea porque estén implicados o actúen como mediadores. La gente tiende a hacer valer sus intereses, objetivos y necesidades y cuando éstos peligran, despliegan todas las estrategias defensivas y ofensivas de que disponen, llegándose a extremos que pueden suponer el agotamiento, un alto coste personal e incluso un daño a la autoestima. Por ello, no es extraño que se produzca la ruptura de la mesa de negociaciones cuando las posturas de las partes están tan enfrentadas que el alcanzar una solución, parece inviable.

De otro lado, los conflictos pueden convertirse en una oportunidad en la medida que promueven reflexiones sobre distintos aspectos de la actividad laboral, pueden fomentar el cambio, desarrollar habilidades interpersonales, aumentar la cohesión cuando se alcanza un resultado satisfactorio, otorgan legitimidad a los diferentes puntos de vista, mejorar las percepciones interpersonales, la transmisión de información, etc. Pero sin embargo, lo más habitual es que constituyan un factor de riesgo, especialmente si nadie los afronta, se tarda en hacerlo, la dirección se inhibe o fracasa la negociación. Este riesgo puede afectar, entre otros, a aspectos tales como la autoimagen o autoestima, la comunicación, las percepciones interpersonales, la motivación, la radicalización de posturas, la cooperación y coordinación en actividades, etc.

Existen, en toda organización, diversos factores que pueden actuar como coadyuvantes en la aparición del conflicto. Así, si la cultura de la organización fomenta la desconfianza y la confrontación, no hay accesibilidad a la información relevante, existen barreras a la comunicación, las responsabilidades no están bien definidas, no existe coordinación o la especialización del trabajo es muy acusada, etc., con toda seguridad, tarde o temprano, éste aparecerá. El problema, una vez generado, nos conduce necesariamente a la búsqueda de una solución. Pero, ¿cuál es la forma correcta de proceder?. En éste punto, cabe destacar la existencia de dos estrategias claramente diferenciadas:
  • Ganar - perder: donde el conflicto se afronta como una lucha de oposiciones. Esta estrategia presenta grandes inconvenientes. Así, quien pierde tiende a encerrarse más en sus posiciones, el proceso negociador se enlentece o estanca, las concesiones se consideran como una trampa o una señal de debilidad, provoca resentimientos, destruye la motivación para futuras cooperaciones, suscita ulteriores revanchas, etc. Esta estrategia es comprensible cuando los intereses en juego son muy grandes o cuando una de las partes está en manifiesta inferioridad, pero en todo caso, los beneficios no parecen compensar los problemas señalados. Por ello, resulta más conveniente emplear la siguiente estrategia.
  • Ganar – ganar: método que se basa en la búsqueda de beneficios mutuos para las partes en base a la cooperación y realización de concesiones, de modo que si bien no se alcanzan todas las pretensiones iniciales, se puede obtener la satisfacción de parte de las demandas. En el uso de esta estrategia, las habilidades interpersonales, el autocontrol, el manejo del estrés o el desarrollo del equipo son fundamentales para la consecución de un resultado eficaz y satisfactorio para las partes. En resumen, aquí es donde se plasman y usan todas las habilidades que hemos ido desarrollando a lo largo de éste resumen.
Por ultimo, todo directivo que se encuentra ante un conflicto debe tener claro una serie de aspectos que le ayudarán en el proceso negociador. Así, podemos distinguir cinco fases principales:
  • La preparación de la negociación. En esta fase se ha de tener en cuenta:
    • Si es necesario negociar, lo cual vendrá determinado por la gravedad y consecuencias del conflicto, si concierne o no a la dirección, si en función de nuestra experiencia se resolverá o no solo, ventajas, coste, inconvenientes, etc. para afrontar el conflicto, la posibilidad de que las partes accedan a negociar y si podemos asegurar la implantación de los posibles acuerdos adoptados.
    • Definir los objetivos de la negociación, teniendo en cuenta por qué nos interesa negociar, por qué le interesa a la otra parte y, sobre todo, qué perderíamos si no negociamos.
    • Investigar la situación, recogiendo toda la información que podamos necesitar y verificando la misma. De este modo evitaremos adoptar posturas de partida erróneas.
    • Decidir quien va a participar en la negociación, considerando para ello quien tiene información relevante sobre el asunto o sus alternativas, quien se puede ver afectado, dispone de los recursos necesarios y si es aconsejable nombrar representantes de los grupos implicados en el conflicto.
    • Por ultimo, en esta fase se ha de procurar promover percepciones interpersonales mutuas positivas.
  • Preparación de la situación, que incluye aspectos tales como:
    • Fomentar una cultura facilitadora en línea con lo ya visto.
    • Abrir los canales de comunicación que se hayan podio ver afectados por el conflicto.
    • Buscar un lugar apropiado para la negociación. En este punto tiene una gran importancia la disposición de los interlocutores, la distancia entre ellos ( a mayor distancia aumenta la percepción de indiferencia o enemistad), la evitación de frentes en torno a la mesa, etc.
    • Intentar que la negociación se desarrolle en el momento adecuado, posponiéndola en caso contrario.
    • Fomentar un clima agradable haciendo y diciendo cosas que hagan sentir bien a los demás, ofrecer café, utilizar el sentido del humor, etc.
    • Desmentir las percepciones negativas.
  • Definir el conflicto de forma clara, concisa y directa. Este aspecto es absolutamente fundamental, ya que debemos conocer no solo nuestras necesidades e intereses, sino también las de la otra parte y si la expresión de ambas se ha hecho con la exactitud necesaria.. En esta fase, debemos tener en cuenta aspectos tales como:
    • Evitar los obstáculos a la negociación.
    • Dar oportunidad para que las partes caractericen el conflicto, evaluando su origen, duración, evolución, a quienes afecta y cómo, sus consecuencias, etc.
    • Conceder la oportunidad para que la contraparte caracterice el problema expresando sus intereses y necesidades. Esto implica escuchar activamente, empatizar, hacer preguntas abiertas, pedir las aclaraciones que sean necesarias, proporcionar feedback, mostrar interés en buscar soluciones, etc.
    • Definir el conflicto expresando nuestros intereses, objetivos y necesidades. Para ello, habrá que procurar describir claramente la situación, utilizar mensajes yo, separar el problema de las personas, agradecer la atención que se nos presta, evitar minimizar los objetivos de la otra parte, manejar las interrupciones y objeciones, etc.
  • Buscar alternativas mutuamente aceptables, configurándose este aspecto como uno de los más importantes de la tarea directiva y del proceso de negociación. Aquí, serán útiles las siguientes habilidades y estrategias:
    • Evitar ofrecer una alternativa única y menospreciar la exploración de varias, así como juzgar prematuramente los inconvenientes de las que se vayan proponiendo.
    • Se ha de dedicar especial atención a la producción de alternativas para su posterior análisis y discusión. Para ello, se han de desarrollar acciones y comportamientos tendentes a alentar la participación y escucha activa, que no juzguen las que se propongan y muestren reconocimiento ante dicha propuesta.
    • Observar las reglas para la producción de alternativas, las cuales contemplan aspectos tales como la evitación de criticas, la asociación libre, la producción de cuantas más mejor, la no exigencia de argumentaciones y la búsqueda de aquellas que supongan beneficios mutuos.
  • Por último, el proceso de negociación culminará con la evaluación de las alternativas propuestas y decidir cual es la solución/es negociada/s. Una vez decididas, se llevará/n a la práctica. En esta fase, cabe tener en cuenta, por tanto, las siguientes estrategias y habilidades:
    • Expresar las alternativas respetando las reglas mencionadas, combinarlas o plantear variantes.
    • Identificar los intereses compartidos y dispares, haciéndolos explícitos.
    • Analizar las alternativas recabando toda la información que sea necesaria y, en la medida de lo posible, en base a criterios objetivos.
    • Una vez hechos los análisis pertinentes, se decidirá qué solución adoptar. En este momento, suele ser útil el empleo de estrategias como tomar la decisión sobre quien tendrá asignada cada una de las tareas y responsabilidades, en qué consistirá cada tarea, los recursos que hacen falta, qué dificultades pueden surgir, etc.
Una ver realizados todos los pasos anteriores, es conveniente realizar un seguimiento de las decisiones adoptadas. De este modo, garantizaremos que las mismas satisfacen los intereses, objetivos y necesidades de las partes, llegando, en su caso, a revisar lo acordado.

La gestión del cambio

La introducción de cambios, sean éstos del tipo que sean, requiere que los directivos de las organizaciones desplieguen todas sus habilidades. El desarrollo y el aprendizaje son inmanentes a cualquier organización de servicios, por lo que la planificación y control de los mismos son fundamentales si queremos asegurar que se alcancen los objetivos pretendidos.

A fin de cuentas, tal y como plantean los autores, todas las estrategias y habilidades vistas a lo largo de todo el resumen, tienen el objetivo de introducir cambios, ya sean habituales o planificados, con la finalidad de alcanzar la máxima calidad en la gestión y el mayor bienestar en los individuos.

Sin embargo el cambio no es, ni ha sido nunca, algo fácil, ya que incluso los más banales pueden provocar la aparición de resistencias y conflictos. Por ello, como colofón a todo lo visto anteriormente, los autores nos proponen lo que ellos denominan “principios generales del cambio”. Dichos principios, son los siguientes:
  • El cambio personal es distinto al organizacional, ya que éste puede implicar cambios en la persona, en la estructura o en los procesos de trabajo.
  • El cambio, implica necesariamente cambios en las personas que van a verse afectadas por el mismo. Por ello, es fundamental actuar sobre las motivaciones, intereses y habilidades de los implicados, de modo que contribuyan a la facilitación de aquél.
  • Las resistencias al cambio son un fenómeno tan habitual, que incluso aparecen cuando es positivo para las personas. Para gestionar dicho problema, es conveniente neutralizar sus fuentes generadoras, entre las que destaca la inseguridad, la relación coste / beneficio, el rol que se desempeña y los estilos de dirección y comunicación. Veamos estos aspectos más detenidamente.
    • La inseguridad suele generarse a partir de la incertidumbre que los cambios provocan en las personas. Esta incertidumbre afecta a aspectos tales como la seguridad en el empleo, tener la competencia para afrontar dicho cambio, etc, y usualmente dicha incertidumbre suele ser percibida como una amenaza hacia la situación actual.
    • La relación entre costes y perdidas vs beneficios es una fuente fundamental en la generación de resistencias, especialmente cuando se percibe que las primeras serán mayores que los segundos. Entre las pérdidas más importantes, cabe mencionar las referidas a las relaciones socio – informales (que pueden verse alteradas o desaparecer), pérdidas económicas y de estatus, así como la mayor dificultad de la tarea (ya sea por exigir un mayor esfuerzo, ser menos grata o más aburrida)
    • En cuanto al rol desempeñado, cuanto más alto es el nivel de responsabilidad de la persona, menores son las resistencias al cambio y viceversa.
    • Los modos o estilos de introducción de los cambios pueden tener grandes repercusiones, especialmente si los mismos reducen la autoestima de las personas. Para evitar estos problemas, la dirección no deberá ser desconsiderada con los esfuerzos y competencias de los empleados, así como procurará consultarles y tener en cuenta sus opiniones.
  • Para que el cambio sea más fácil de asimilar, es conveniente que la gente lo asuma como propio y lo apoye. Para conseguir dicho objetivo, los autores nos indican que cuando los cambios tengan posibilidades de éxito se ha de usar una estrategia eminentemente participativa. Si las posibilidades de éxito son exiguas, es conveniente el uso de enfoques más cerrados y por decreto. Además, cuando en los procesos de cambio se implica a la gente en la toma de decisiones, ésta aumenta su percepción de control sobre el mismo y su implicación.
  • Se debe tener en cuenta los patrones de conducta y valores existentes, de modo que las personas clave de la organización deberán desarrollar estrategias tendentes a apoyar dichos cambios y a “venderlos” a los miembros de ésta.
  • La introducción del cambio ha de ser sensible, no solo con los aspectos racionales, sino también con los emocionales, enfatizando los aspectos positivos del mismo, de modo que se perciba que los beneficios son superiores a las pérdidas.
  • Como se vio en su momento, los resultados y recompensas son un arma poderosa que puede ayudar a introducir cambios a diferentes niveles, ya que facilita la perseverancia de las personas que despliegan intentos de adaptarse al mismo.
  • El feedback es una estrategia activadora del cambio cuando es proporcionado por alguien con credibilidad, cuando las reuniones en las que se delibera o planifica el mismo son efectivas y, especialmente, cuando se enfatizan los logros alcanzados.
  • La responsabilidad en la gestión del cambio es de todos los miembros de la organización, por lo que es más probable que éste sea exitoso y persista si se basa en el consenso y discusión en grupo.
  • La planificación del cambio es fundamental, y esta planificación debe partir del reconocimiento de la necesidad de su introducción para, posteriormente, tratar de definir el problema a solventar, identificar los métodos y estrategias a utilizar entre las diversas alternativas disponibles, seleccionar la más idónea, implantarla y por fin, evaluar los resultados del cambio introducido.
Por último, resulta evidente que la dirección deberá poner en práctica todas las habilidades interpersonales y de comunicación desarrolladas a lo largo de este resumen, a fin de que la gestión del cambio sea efectiva y responda a las necesidades organizacionales, en aras de la mejora continua y el desarrollo organizacional necesario para hacer frente, no solo a los requerimientos de un entorno que continuamente plantea diversas y nuevas demandas, sino que también, ha de responder a las propias necesidades organizacionales.
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